La
comprensión de la política puede no tener en consideración los criterios éticos
que alguna vez se pensaron inalienables del quehacer político. Hoy no es de
suyo evidente que ética y política mantengan una relación consubstancial. Pero
hay una insistencia sobre su conexión. Una insistencia que se entiende como una
demanda de “más ética en la política”.
A
qué viene el estado de cosas en que tal demanda se ha extendido hacia otras
áreas de la praxis humana como la economía, las ciencias o el arte. Quizás se
esté pensando en la ética como en un dispositivo que haría más puras a las
ciencias, más benignas, menos agresivas
y dañinas. De modo que hasta sería útil tal dispositivo. Y si decimos
que “hasta sería útil” es porque parecería que bajo esta comprensión de la
ética y de las ciencias, estas últimas se las arreglarían bien con o sin ética.
¿Cómo
se ha pensado la política como para que la ética parezca una suerte de
apéndice, a veces innecesario? ¿Desde cuándo la política tiene poco o nada que
ver con la ética? ¿Es justificable este modo de proceder toda vez que se hace
patente la demanda de ética para la política? ¿Qué se demanda cuándo se demanda
ética? El modo político de proceder en el presente, ¿es tal que carece de ética
de modo absoluto?
Podríamos
partir, de modo provisional, de una distinción tradicional entre moral y ética,
a fin de hacernos clara la ética a través de la comprensión de la moral.
Una
manera tradicional contemporánea de definir moral considera que ésta estaría
constituida por el conjunto de normas y reglas que definen la vida social de
una comunidad. Reglas y normas que implican limitaciones aceptadas por la
comunidad y modificadas por ella, cada vez que ella considere que estas
limitaciones son innecesarias.
Las
normas suponen el cumplimiento de las mismas, y en esa medida se hacen
relevantes para la comunidad que las demanda. No obstante ello, ocurre no sólo
que las mismas llegan a perder relevancia, sino que pueden pasar a ser
cuestionadas.
¿Qué
hace que se cuestionen las normas de una comunidad? El nacimiento de una norma
y su implícita aceptación y relevancia social está asociado a la finalidad de la misma en la perspectiva, no siempre
aclarada, de los valores que constituyen a una comunidad. Es decir, aun cuando
no son tematizados los valores son supuestos a la hora de definir las normas de
la comunidad. Las normas llegan a reflejar los valores de una comunidad.
Expresan aquello en lo que cree dicha comunidad. Si uno quisiera descubrir
cuáles son los valores sobre los cuales se funda la vida de una comunidad solo
tendría que buscar estos valores detrás de las normas. Un ejemplo sencillo es
este: si la comunidad establece como norma la prohibición del asesinato está
expresando en ello, además del repudio mismo del crimen, el valor que para esa
comunidad tiene la vida. En ese sentido, si la moral de un pueblo o comunidad
no se hace patente y visible de modo inmediato sino muchas veces sólo a través
de la prohibición, más ocultos, pero no menos importantes, son los valores que
estas normas expresan.
Los
individuos aceptan la restricción de sus libertades con la aceptación de las
normas morales en virtud de que hallan en esas normas la garantía de que no
sólo su libertad esta resguardada, sino que los valores en los que creen están
protegidos.
Los
valores no están tematizados pero son absolutamente fundamentales. Son la
finalidad misma que busca realizar la práctica y respeto de las normas morales.
Así, pueden cambiar las normas, y modificarse las reglas, más no por ello, se
renuncia a los valores. Más bien, dichos cambios parecen estar asociados a la
idea de que las normas a ser cambiadas lo son en la medida en que ya no
cumplirían, en las actuales circunstancias con las expectativas para las cuales
habrían sido instituidas.
Por
todo ello los valores parecen constituir centros nucleares de asociatividad comunitaria.
Quienes creen en los mismos valores comparten la búsqueda de las reglas que les
lleven a realizar y vivir con esos valores y esos valores en su comunidad.
¿Cómo
se constituyen estos valores? ¿Son descubiertos? ¿Son construidos? ¿Los
inventamos? ¿Los develamos? El origen de los valores y de la valoración en
general escapa al propósito de este esfuerzo. Pero, como quiera que se formen,
tienden a ser más estables y permanentes que las normas que buscan realizarlos
en la vida comunitaria. No obstante ello, si los valores mutan y un día dejamos
de aceptar la esclavitud como un asunto normal y pasamos a valorar la libertad
como una negación de la esclavitud es porque algo ajeno a los valores nos ha
llevado a pensar, considerar y criticar los valores establecidos.
La
ética parece ser una disciplina de las “ciencias humanas” que piensa en los
valores que instituyen la vida moral de la comunidad. La ética, que podemos
asociar a cierta “conciencia” propia del hombre, le lleva a éste a pensar en
los valores fundamentales que debería respetar el hombre en su vida
comunitaria.
A
pensar también en los criterios que llevan a distinguir estos valores
fundamentales. Sería también ética el proceso de distinguirlos y separarlos.
Por la ética, o mejor, por la “conciencia ética”, los hombres son capaces de
pensar en las normas morales y su pertinencia.
De
este modo la ética se “superpone” a la moral, exige una “distancia” respecto de
la moral y los valores de los cuáles es consciente. Si la “conciencia ética” es
natural en el hombre, si ella se enseña o cultiva, o se desarrolla es, otra
vez, un asunto ajeno al objetivo de este ensayo, pero asumimos que de hecho
ocurre en el hombre una tal conciencia que piensa y se da cuenta de los valores
y su respeto o no, en la práctica de la vida a la que por ello denomina moral o
inmoral. La sanción sobre los actos humanos parece que no ha sido ajena a la
humanidad; desde el inicio de la civilización, por lo menos, se han pensado
reglas y límites para la vida social y ello revela a nuestro juicio, que la
conciencia ética es una suerte de “forma” o “capacidad”, “propiedad” o
“naturaleza” ínsita a la condición humana. Siendo esto así, hay algo que la
orienta, algo que la dirige, porque parece que la conciencia ética es una
suerte de “sensibilidad” que le permite al hombre “percatarse de”.
Así,
podemos distinguir una suerte de “estática moral” y una “dinámica ética”. Y en
una suerte de “meta-ética”, en una suerte de hallanamiento de la “conciencia ética”,
de la captación de la misma en su dinamismo, podríamos distinguir una finalidad
que hace posible la “reacción” o “acción” ética que orienta a la “conciencia
ética”. Esta asunción puede resultar cuestionable. Y quizás, cuestionable por aquello mismo que hemos denominado “conciencia
ética”.
Hoy
hay una suerte de sensibilidad negativa respecto de tesis finalistas o
teleológicas. No sólo resulta contraproducente para la sensibilidad actual que
alguien postule cuál es el fin o la finalidad de la historia o de la vida
misma, sino que incluso ha caído bajo sospecha la misma idea de finalidad, la
idea de que algo tenga un fin. De más está decir por tanto que es también
cuestionable que alguien postule que existe algo así como el sentido de la
vida, o peor aún, que el sentido de la vida de los hombres es el mismo.
Hoy,
a diferencia del tiempo en que gran parte de la humanidad asumía la tesis
marxista de la finalidad de la historia, la conciencia ética, sensible ante el
riesgo que esta concepción suponía para la vida libre y digna del hombre, ha
“superado” aquella forma de moralidad y ha adoptado otra, o por lo menos ha
rechazado aquella. Esto no lo ha podido hacer sino fuera por una suerte de
finalidad que respeta y persigue.
Lo
que moviliza a la “conciencia ética” es como una persistencia, una latencia de
algo que definiríamos como “mejor”. En ese sentido podríamos llegar a hablar de
“principios”. Estos no pueden ser muchos. Más son elementales para el dinamismo
de la ética, y de la conciencia ética. Preguntar por ellos mismos es ya
seguirlos, persistir en ellos.
No
parecen estar definidos por una teoría, pues parecen anteriores a su pensamiento.
Y están detrás y delante, como objetivos de las preguntas fundamentales del ser
humano, ya sea que el hombre interrogue buscando su pasado, ya preocupado por
su futuro, desde el presente. Cuando el hombre interroga por el sentido de la
vida, y por la verdad del hombre, o por la justicia o el bien, el hombre está
buscando una vida con la verdad de aquello que busca, que es mejor así con ella que sin ella. “Los
principios” movilizan así el preguntar mismo, y con ello, evidencian que cuando
se sigue la senda del preguntar, en este sentido, se moviliza el hombre hacia
estos “principios”, hacia su persistencia, su latencia, su conservación, su
cuidado.
Que
estos principios no sean fines determinados, no obstaculiza que movilice cual
fines, atrayendo hacia sí la “conciencia ética” humana. Ni impide ello
interpretarlos de algún modo, tener una comprensión de los mismos, entenderlos
de algún modo - que asumimos como el mejor de los modos como se podrían
entender.
De
este modo se habría desarrollado una suerte de sensibilidad para con la defensa
de dicha dignidad. Es cierto que el término resulta anacrónico si miramos muy
atrás, pues más bien pertenece al mundo moderno y hasta el medioevo, pero no
parece claro que los hombres reaccionaban ante lo que era o no era lo mejor
para ellos, por lo dicho por el principio. La conciencia ética obliga a los
hombres a pensar y revisar de modo constante las normas de sus comunidades, ahí
donde entienden que estas reglas y limitaciones ponían en cuestión o en riesgo
el cuidado y la defensa de dicha dignidad de la persona humana.
Por
otro lado, y si no fuera registrable a lo largo la de la historia, esta
actuación del principio mencionado en el dinamismo de la conciencia ética
parece ser un principio que los hombres haríamos bien en tener presente, toda
vez que la vida es mejor con él que sin él. Este principio podría formularse de
este modo: la persona humana es el fin supremo de la sociedad, y que en toda
circunstancia, el respeto, el cuidado y la promoción de su dignidad es la razón
de ser de los actos humanos, de las leyes de la sociedad y de sus
instituciones.
Es
preciso indicar aquí, que la enunciación
de este principio no revela el cómo es posible el cuidado de este
principio. El establecimiento de los límites, de las normas y reglas de una
comunidad resolverían esta dificultad, y ahí donde la “conciencia ética”
indicase riesgo de cuidado del principio habría que pensar en una modificación
de tales límites y reglas.
De
acuerdo a esta consideración de los principios lo que sea la política tendría
que estar orientada hacia la promoción y cuidado de la dignidad de la persona
humana, en primer lugar. Decimos tendría, pues, como lo habíamos mencionado,
hay una demanda de ética para la política que en el presente hace sospechosa la
relación ética y política.
Se
puede considerar que al tomar decisiones que afectan a otros hay una condición
fáctica para hablar de la relación entre la ética y la política. La política
estaría orientada al manejo del poder. Se tiene que tener poder para tomar
decisiones. Y encontrarnos este manejo del poder, tanto en el padre de familia,
en el maestro, como en el alcalde o el gobernante de un país. Este poder para
decidir por otros y para otros coloca a quien así actúa en una posición
delicada. Es susceptible de juicio y sus decisiones pueden considerarse justas
o injustas. Por el principio antes asumido se podría afirmar que, si las
decisiones políticas han puesto en riesgo, no han cuidado o simplemente han
sido contrarias al trato digno que merecen las personas, entonces tales
decisiones serían injustas.
¿Cómo
se podría conciliar el bien individual y el bien común? ¿Cómo hacerlo y al
mismo tiempo mantener intacta la dignidad de la cada persona de una comunidad?
Y más aún, ¿cómo se ha de entender tal dignidad? Y, ¿cómo en la esfera de las
decisiones políticas?
Este
conjunto de preguntas será abordado en un siguiente escrito dedicado a la ética
y los derechos humanos. Tratando en ello de exponer el mecanismo que los
hombres hemos encontrado en el presente para hacer viable el respeto de la
dignidad de cada una de las personas, sin poner en riesgo la búsqueda constante
y ética del bien común.
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