Globalización y sociedad
civil
Un tema pendiente en la agenda del presente gobierno debería ser el
fortalecimiento de la democracia a través de la gestión de la sociedad civil.
El presente texto es un acercamiento a la naturaleza de la sociedad civil, su
función y posibilidades en el marco de las oportunidades y los riesgos que
ofrece la globalización.
Globalización
La globalización es, en primer lugar, una circunstancia nueva y decisiva
para la humanidad, como lo fue el salto de la época preindustrial a otra
industrial. Su definición, por lo tanto, es problemática. Sin embargo, puede
concordarse en que el signo distintivo de la globalización es la nueva
estructuración económica del mundo.
Ya el avance científico y técnico había llevado al hombre a experimentar
un temblor en las estructuras de su mundo. La revolución industrial deparó, para
decirlo brevemente, el inicio de un mundo de ricos y desempleados. Pero a fines
del siglo XX, y por el empuje de la tecnología comunicacional, podemos decir
que arribamos a un nuevo estado de cosas. Podría llamarse era post-industrial.
El auge de la tecnología comunicacional redefinió casi por completo el
escenario para el hombre de estos tiempos. Un solo mundo, una sola realidad.
Sin embargo, no llegó a ser un solo destino, pues el desarrollo de las
comunicaciones globalizó también la economía, que hasta ahora ha significado la
postergación del desarrollo de las economías de los países y regiones más
pobres del mundo.
Por otro lado, no sólo se ha globalizado la economía, también lo ha
hecho, políticamente, el “fin de las
ideologías” o el “fin de la historia”. Salvo el caso de China, y de algunos
países de oriente, donde la historia parece seguir su propio curso en general,
desde la Perestroika
y la caída del muro de Berlín, el mundo occidental está en manos de tecnócratas
antes que en las de los ideólogos, quienes interpretan la realidad bajo un
ideal de sociedad. La ideología ha sido absorbida por el discurso economicista.
Como consecuencia de lo anterior, podemos decir que el hombre está desapareciendo
cada vez más como hacedor de su propio destino. Si en la visión homérica el
hombre está sometido al hado divino y no puede ir contra su destino como ocurre
con Edipo, el hombre contemporáneo parece más sometido a las constantes del
mercado. Se trataría del totalitarismo ya no de una ideología, sino de la “mano
invisible”.
Sin embargo, los especialistas concuerdan en que la realidad económica
global actual no es fruto de la naturaleza, sino, por el contrario, de decisiones
tomadas por hombres que dirigen a países más ricos o instituciones importantes
como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial
de Comercio, ante situaciones de riesgo que experimentan en sus respectivas
economías, fruto también de la globalización o apertura de los mercados.
Como algunos no creen que esto se deba a una “mano invisible”, se llevan
adelante campañas contra estos pocos que deciden por todos. Surgen así los
movimientos antiglobalización, que se han manifestado no siempre pacíficamente.
El problema entonces es el siguiente: ¿Hay marcha atrás respecto de la
globalización? Y si no la hay, ¿podemos hacer de la globalización un mecanismo
que favorezca a los hombres? ¿Es posible hablar todavía desde el hombre y para él
en este nuevo contexto?
La globalización, al parecer, es una circunstancia inevitable. Las
perillas movidas en el ámbito de la tecnología, especialmente en el mundo de
las comunicaciones, desencadenaron un proceso irreversible. Para bien o para
mal, en el mundo se derrumbaron para siempre las barreras espacio-temporales.
En segundo lugar, la globalización debe ser una oportunidad para todos
los hombres. Nos ha tocado vivir el inicio de una nueva era en que la apertura
de los mercados supone la posibilidad de desarrollo de los pueblos. Asimismo,
el acceso a los medios de comunicación democratiza el acceso al conocimiento y
desarrollo humanos. En ese sentido, los Estados más poderosos son más
concientes de la necesidad de ser solidarios con los necesitados, en virtud de
que el desarrollo de sus economías no es un hecho aislado.
La defensa de los derechos humanos no es asunto que involucre sólo a un
grupo o colectivo social, sino que, gracias a los medios, es un tema universal.
En la llamada “sociedad de la información”, la posibilidad de que sean más
respetados los derechos fundamentales del ser humano es mayor que en la pasada “sociedad
industrial”.
Pero aún falta mucho por hacer. Y es más: la globalización comporta
riesgos importantes, como el aparente descontrol del flujo de capitales y su
efecto político y social por parte de los gobiernos, sobre todo de los Estados
de economías débiles. Esto se aúna al impulso privatizador que socava la idea
de nación. La globalización, pues, uniformiza virtualmente el mundo, pero el
efecto económico de ello pasa de ser virtual a real. La economía es cada vez
más desterritorializante.
Lo que no marcha bien en la globalización es el proceso que considera al
hombre una pieza más. Se habla de la globalización como un proceso ciego contra
el cual nadie puede hacer nada. Es más, el hombre desaparecerá y sólo quedarán
los procesos. En ese sentido, la
Iglesia , “maestra en humanidad” nos recuerda algunos puntos
muy importantes, los cuales servirán para reflexionar sobre la oportunidad que ofrece
la globalización.
Iglesia y Globalización.
En principio, la persona es un ser social por creación de Dios. Es
importante destacar esto, pues el hombre no es social por naturaleza, ya que entonces
sólo veríamos en las sociedades humanas un reflejo de “sociedades” animales; ni
tampoco la sociedad es una creación del hombre como quieren los teóricos
modernos del “pacto social”, ya que así como un día crea la sociedad sobre una
imagen suya, otro día la desaparecerá, pues la imagen que tiene de sí se ha
vuelto borrosa.
Podemos leer en el Compendio de la Doctrina Social de
la Iglesia :
“La naturaleza del hombre se manifiesta, en efecto, como naturaleza de un ser
que responde a sus propias necesidades sobre la base de una subjetividad relacional, es decir, como
un ser libre y responsable, que reconoce la necesidad de integrarse y colaborar
con sus semejantes, y que es capaz de
comunión con ellos en el orden del conocimiento y del amor”.[1]
La globalización no es algo de temer, es un momento ocasionado por los
hombres en virtud de su propio ser social. Y por los hombres, para la mejor
vida de los hombres. De ahí que es responsabilidad de éstos entender su
naturaleza y saber qué hacer en tal contexto, para su bien y el de su
comunidad: “Es por amor al bien propio y al de los demás que el hombre se une
en grupos estables, que tienen como fin la consecución de un bien común”.[2]
Si afirmamos que la globalización corresponde a un acto humano para
lograr una mejor convivencia, es preciso destacar que hay otras asociaciones
mas naturales: “Algunas sociedades, como la familia, la comunidad civil y la
comunidad religiosa corresponden más inmediatamente a la íntima naturaleza del
hombre, otras proceden más bien de la libre voluntad”.[3]
Si la globalización implica riesgos, y no supone una inmediata ni equitativa
distribución de la riqueza, y peor aún, si está suponiendo por el contrario un
aumento de riqueza y oportunidades de unos en desmedro de los más débiles,
parece corresponder a estas sociedades un rol importante en la consecución de
justicia. La persona humana es el fin supremo de la sociedad, y a su bienestar
tienden y deben tender las organizaciones o estructuras sociales: “La extensión de la globalización debe estar
acompañada de una toma de conciencia más madura, por parte de las
organizaciones de la sociedad civil, de las nuevas tareas a las que están
llamadas a nivel mundial.
Gracias también a una acción decidida por parte de estas organizaciones,
será posible colocar el actual proceso de crecimiento de la economía y de las
finanzas a escala planetaria en un horizonte que garantice un efectivo respeto
de los derechos del hombre y de los pueblos, además de una justa distribución
de los recursos dentro de cada país, y entre los diversos países.”[4]
Bajo estos presupuestos, y en el contexto descrito, creo necesario
destacar en este texto la naturaleza y función de la sociedad civil.
Sociedad civil
En primer lugar, a modo de definición, será preciso hacer una pequeña
historia del concepto[5]:
En Aristóteles, lo que era “comunidad política” no se distinguía de “sociedad civil”: se trataba de la entidad
política en la cual el ciudadano libre era parte del gobierno de la polis. Los
modernos (Hobbes y Kant, por ejemplo) entenderán la sociedad civil como el
Estado, aquel al cual se accede tras el pacto social. Así, como en el caso especial
de Hobbes, la sociedad civil, guiada por normas y bajo el amparo del Estado, es
contraria del estado natural en el cual el “hombre es lobo del hombre”.
Fue Hegel quien por primera vez distingue Estado, sociedad civil y familia.
Pero en su caso, la sociedad civil todavía no se distinguía del mercado.
Podemos decir que quizás para Hegel esto era así porque en su tiempo los
procesos económicos todavía no se habían independizado socialmente.
Sin embargo, el concepto de “sociedad civil” en uso de la Filosofía Política
contemporánea procede de Tocqueville: “Se llama ‘sociedad civil’ al conjunto de
instituciones cívicas y asociaciones voluntarias que median entre los
individuos y el Estado. Se trata de organizaciones que se configuran en torno a
prácticas de interacción y debate relacionadas con la participación política
ciudadana, la investigación, el trabajo y la fe; constituyen por tanto espacios
de actuación claramente diferenciados respecto del aparato estatal y del
mercado. Las universidades, los colegios profesionales, las organizaciones no
gubernamentales, las comunidades religiosas… Son instituciones de la sociedad
civil”[6].
Pero si bien ésta no se confunde con la comunidad política, adquiriendo
así un espacio político diferenciado del Estado como de los partidos políticos,
también es cierto que esta última está llamada a fomentar la existencia de la
sociedad civil e inclusive, bajo el principio de subsidiaridad, a desarrollar
políticas públicas que impliquen la participación ciudadana vía las
instituciones de la propia sociedad civil: “La comunidad política se constituye
para servir a la sociedad civil, de la cual deriva”[7].
O dicho de otra manera: “El Estado debe aportar un marco jurídico adecuado para
el libre ejercicio de las actividades de los sujetos sociales y estar preparado
a intervenir, cuando sea necesario y respetando el principio de subsidiaridad”.[8]
De esta manera, por iniciativa estatal, la sociedad civil legitimaría
con su actividad la acción del poder central, más aún, la democracia alcanzaría
un mejor nivel de aceptación y participación, lo cual conllevaría a la
posibilidad de hacer real la ansiada justicia social: “Las actividades de la
sociedad civil -sobre todo de voluntariado
y cooperación en el ámbito privado-social, sintéticamente definido
“tercer sector”, para distinguirlo de
los ámbitos del Estado y del mercado– constituyen las modalidades más adecuadas
para desarrollar la dimensión social de la persona, que en tales actividades
puede encontrar espacio para su plena manifestación. La progresiva expansión de
las iniciativas sociales fuera de la esfera estatal crea nuevos espacios para
la presencia activas y para la acción directa de los ciudadanos, integrando las
funciones desarrolladas por el Estado”.[9]
En una democracia como la nuestra resulta por lo demás muy difícil
hallar un estrato como la sociedad civil desarrollándose de acuerdo a su
función social. Se puede decir que apareció propiamente en contra de los medios
de comunicación cuando los movimientos contrarios al régimen fujimorista
pretendían canalizar el hartazgo popular de las estrategias manipuladoras que
fueron evidentes hacia finales de la década de 1990. Pero también adquirieron
poder, pues, supieron capitalizar el descontento popular ante las medidas
económicas infructuosas de entonces, situación económica agravada por la
recesión que empezó en 1997 con la crisis asiática.
Para entonces surgió el debate de a quiénes representaban los miembros
de la misma. Se cuestionó que algunos ciudadanos reivindicaran ciertos derechos
conculcados en nombre de los ciudadanos; colectivos sociales e instituciones
fueron cuestionados porque aparentemente nadie los había elegido. Pero como
bien lo mencionó Gamio Gehri en el artículo ya citado, la sociedad civil no
responde a la lógica de los partidos. O como se manifiesta en el Compendio de la Doctrina Social de
la Iglesia : “La
cooperación, incluso en sus formas menos estructuradas, se delinea como una de
las respuestas más fuertes a la lógica del conflicto y la competencia sin
límites que hoy aparece como predominante”.[10]
Es decir, cuando un ciudadano se halla inconforme respecto de una
decisión política y su sentir es compartido por otros, o cuando por el
contrario percibe como provechosa determinada política pública, pero necesita
de la cooperación de otros ciudadanos, entonces estos, organizados, cooperando
unos con otros, no deben esperar a que la comunidad política reoriente sus
decisiones como por arte de magia, o sea ella quien los reúna para fines
sociales. Las instituciones de la sociedad civil no deben esperar a convertirse
en partidos políticos para llevar adelante cambios sociales, es su deber
organizar campañas sociales que impliquen la reflexión de la comunidad
política. Por ello decimos que la sociedad civil es el puente que vincula al
ciudadano con el Estado. Y realiza esa labor generando medios de comunicación
alternativos, recogiendo la opinión ciudadana, generando presión pública en
orden a nuevas y mejores políticas sociales, promocionando políticas sociales
ya existentes, desarrollando talleres educativos que fortalezcan la conciencia
ciudadana a fin de modificar conductas sociales contrarias al logro del Bien
Común.
En otras palabras, podemos decir que, su función en concreto supone la
reivindicación de los derechos humanos, el control del poder político y de la
gestión de políticas públicas, todo ello afirmado en el diálogo, la cooperación
y la solidaridad.
Si en el país nuestra democracia adolece de falta de representatividad,
es porque, por un lado, los propios partidos políticos no practican la
democracia interna, pero, fundamentalmente, porque la sociedad civil
prácticamente no existe.[11]
Los canales de participación ciudadana
son escasos y provienen de políticas públicas con gestión económica
cuestionable.
De este modo, el Estado no ha podido hacer mucho en materia de gestión
de la sociedad civil. La consecuencia política la vivimos en el actual proceso
electoral: muchos “partidos políticos” y escaso nivel de representación. Tal y
como van las cosas el próximo congreso podría ser más de lo mismo: una “clase
política” ajena al pueblo, ignorante de sus preocupaciones y necesidades. Y,
por otro lado, un pueblo indiferente al deterioro cada vez más palpable de la
democracia.
Nos parece que en la mejora de la calidad del gasto público, sin olvidar
la “austeridad” que proyecta el gobierno, debería contemplarse el subsidio de
la sociedad civil, que no significa repartir dinero, sino promover
imaginativamente y desde el ejecutivo o legislativo, la emergencia de
asociaciones civiles que organizada y responsablemente implique la crítica al
ejercicio de la autoridad y la participación en las decisiones públicas.
No hay democracia si no hay diálogo. Y es preciso que cada uno de los
ciudadanos y el mismo Estado cooperen en la construcción del “otro” civil
necesario para el desarrollo. La definición de la agenda para el desarrollo
debería darse en el diálogo con este “otro”, así como la construcción de la
propia identidad -tan importante en el contexto global que vivimos-, que sería
el soporte de una política económica verdaderamente nacional. El nacionalismo
no se desarrolla de arriba hacia abajo, sino desde las comunidades hacia la
dirección del poder. Sólo en semejante diálogo entre comunidad política y
sociedad civil, será posible una real transparencia y recuperación de la
confianza en las instituciones, así como credibilidad respecto del manejo
económico de la cosa pública.
Será función del Estado, entonces, asegurar una mayor participación
ciudadana, promoviendo la inversión, cambiando las reglas de juego que permitan
crear empresas como cooperativas de desarrollo donde, por ejemplo, las
comunidades o sociedades civiles participen de fondos concursables. Esto es, reorientar
las políticas públicas de modo que impliquen de suyo la construcción de canales
de participación ciudadana.
Pero como no todo puede estar en manos del Estado, es este el momento
para que las instituciones existentes de la sociedad civil se incorporen a la
acción política recuperando su función social.
En este sentido, es preciso reflexionar sobre el rol de la Universidad en el
marco global. En principio tendría que ser una institución ligada
estructuralmente al plan de desarrollo regional o local, lo que lleva entonces
a que dicho plan sea elaborado por la sociedad civil en diálogo con la
autoridad, desde la Universidad.
No es la
Universidad precisamente la que deba capacitar al trabajador.
La reconversión de la mano de obra es tarea del Estado como de la empresa, pero
debería de existir un proyecto universitario que signifique, para el trabajador,
oportunidades de actualización técnica y científica. La Universidad debe
formar especialmente personas capaces de
pensar y elaborar juicios, que puedan manejarse en la sociedad con una visión
de conjunto. Personas sobre todo aptas para construir el bien común en un mundo
global y globalizante.
[1] Cf. “Compendio de la Doctrina Social de
la Iglesia ”,
149.
[2] Ibíd. 150.
[3] Ibíd. 151.
[4] Ibíd. 366
[5] Para lo que sigue
Cf. GAMIO GEHRI, Gonzalo “Qué es la Sociedad Civil ”,
en La Cuestión Social.
Año 13. n. 1, (enero-marzo) de 2005, Págs. 45-51
[6] Ibíd. Pág. 46
[9] Ibíd. 419.
[10] Ibíd. 420.
[11] Recientemente el cobro por parte de Ivcher de una
importante suma por indemnización y la ausencia de reacción social frente a
ello demuestra la no existencia de la sociedad civil; lo que es más grave,
demuestra que todo el tiempo y dinero invertidos en la Comisión de la Verdad parece haberse
perdido, o fue un movimiento manipulado por la izquierda peruana para recuperar
posiciones y nada tuvo que ver la sociedad civil en ello.
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