Con Alberto Fujimori, el político alcanzó el mayor deterioro público antes visto,
colocándose en su lugar la figura exitosa del tecnócrata. El gobernante
pragmático que resuelve problemas, que somete los principios legales o morales
a las necesidades sociales, que gobierna, en suma, de cara al interés
particularmente económico de la población, esa figura se instaló en la década
de los noventa y lejos de ser conjurada por el retorno a la democracia al
inicio del nuevo milenio, se fortaleció en la década pasada y sigue vigente-
aunque venido a menos - en la figura presidencial de Humala. Las razones del
deterioro público del tecnócrata tienen que ver con el contexto económico
actual en el que aún no se percibe justicia en la distribución de la riqueza,
con la mala prensa que desde palacio no resalta los tres ejes de sus logros
gubernamentales: inversiones, políticas públicas e infraestructura. Pero tiene
que ver especialmente con la nulidad política del presidente, con la
mediocridad política de los congresistas, especialmente de la bancada de
gobierno, y en general con la necesidad de política y la total ausencia de una
comunidad política sólida y relevante.
Esto significa que en la mentalidad democrática del peruano medio
sigue vigente la figura del tecnócrata, y no podría ser de otro modo si tenemos
como detalle que corrobora nuestro aserto el que la ecuación: “robó, pero hizo
obras” sigue vigente. Mediocridad, corrupción, “viveza”, “criollada”, parecen
aliarse con el tecnócrata desde el tiempo de Fujimori, hasta el presente.
Quizás pueda rastrearse más atrás, pero desde los noventa vivimos bajo este
signo en lo político y esa puede ser la razón del deterioro de la figura de
Ollanta Humala, que se esfuerza en ser lo más tecnócrata posible pero que
fracasa, porque a sus cifras no le acompaña una obra contundente, esa que
funciona en la mentalidad del demócrata peruano medio como “la obra por la que
será recordado”.
No habría problemas con ello, con la falta de pericia de Ollanta
Humala para el ejercicio político, sino fuera porque en las actuales
circunstancias está emergiendo la opinión pública con cierta contundencia.
Estamos lejos de una sociedad civil organizada, pues las habilidades
comunicativas son todavía artesanales y focalizadas, sin embargo, son cada vez
más los jóvenes que generan corrientes de opinión y pueden bloquear una
decisión que en tiempos de Fujimori, o del mismo García habría sido difícil de
tumbar.
Las redes sociales se han convertido, para un sector de la
población, en la mejor opción para mantenerse informado e interactuar con la
noticia, pues los medios de señal abierta están curiosamente lejos de la
noticia políticamente relevante. Las redes implican movilización,
participación, diálogo – o algo parecido- mucho debate y juicio, aunque no
siempre acompañado de argumentación, pero juicio desde una intuición de
justicia que puede tener que ver con sentimientos o con simple indignación. Lo
que se está movilizando desde las redes sociales es una nueva forma de
participar en la política, y desde un sector todavía bien determinado pero que,
como en el caso de “la repartija” ha podido dejar en claro que no necesita de
locales partidarios o lideres visibles para actuar. Y lo que más claro está es
que se ha convertido en un censor agudo de lo que es pública o políticamente
relevante, y es algo que recién comienza a florecer: no debería quedar dudas
para nadie que en el 2016 será un factor importante para inclinar la balanza de
las elecciones.
Y es que hay un sector de la población, sobre todo juvenil, que no
sólo no está interesado en la gran obra de Humala, sino que es la población
insatisfecha con la “gran transformación”, es la población que en los rubros de
salud y educación y sobre todo a nivel de sus ingresos no ven razones para
estar satisfechos, son jóvenes y tienen suficiente educación y memoria para
darse cuenta cuando algo está groseramente impuesto sobre sus derechos. Son
jóvenes que entienden de libertad mejor que los que esperan la gran obra de
Humala y por eso esperan más bien una infraestructura política que el
presidente se ha negado abiertamente en implementar, o no tiene ya el capital humano
para hacerlo; pues Humala está en búsqueda de la inclusión social, solo que
está pensando en la inclusión económica y está descuidando la inclusión
política, aquella por la que el ciudadano se sabe ciudadano pues ejerce sus
libertades políticas. Si Humala está interesado en la inclusión para el
crecimiento, no debería considerar sólo el crecimiento económico. Ni sólo el
crecimiento económico es suficiente para incluir, ni la inclusión en base a
programas sociales, y un discurso tecnócrata
asegurará el crecimiento sostenido. La marcha de los indignados por la
“repartija” parece tener claro el mensaje: Se necesitan políticos, pues la
gestión despolitizada se puede ver como la más grosera repartija de poderes.
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